Hay libros que se leen una vez y se agradecen, y hay otros que simplemente se quedan. Vuelvo a ellos como quien regresa a casa tras un día largo. No por la historia en sí—que también—sino por todo lo que me hicieron sentir.
A veces me preguntan si he leído un libro más de tres veces. Me río. No porque la pregunta me parezca ingenua, sino porque me hace pensar en todos esos títulos que habitan en mi estantería como si fueran recuerdos vivos, no objetos. Hay tantos que he releído que ya ni los cuento. Y no siempre vuelvo por la trama. Vuelvo por lo que me estremeció.
Cuando un libro me sacude por dentro, me deja marcada. Puede que sea una escena en particular, una frase que subrayé sin pensarlo dos veces, o una emoción tan intensa que me hizo cerrar el libro por unos segundos, respirar hondo y seguir. Esos libros, los que me hacen llorar (y soy de llorar muy poco), reír, odiar, amar o incluso cuestionarme, son los que me atrapan una y otra vez.
También están esas autoras que son como un refugio. Mi lugar seguro. Sé que puedo abrir cualquier página y reencontrarme con una parte de mí que creí olvidada. Porque en el fondo, lo que me hace volver a un libro no es solo el libro. Soy yo. Soy la versión de mí que lo leyó por primera vez. Y esa, esa persona, a veces necesita volver.
Volver a leer un libro es, para mí, volver a sentir. No importa cuántas veces haya recorrido sus páginas: siempre descubro algo nuevo, o simplemente reconecto con lo que me hizo temblar la primera vez. Porque hay historias que no se terminan con el punto final.
Y si tú también tienes esos libros que te llaman desde el estante como viejos amigos, que sabes de memoria pero aún así necesitas releer, entonces entiendes lo que digo: no todos los libros son solo palabras. Algunos son emociones encuadernadas. Y a esos, siempre quiero volver.
Cuéntame, ¿cual es ese libro que e gusta volver a releer?
Loli M.